El síndrome del predicador y la promoción de la justicia alternativa.
Por Santiago Quiroz
Twitter: @lic_santiago
El síndrome del predicador se explica de habitual a través de una paradoja que ilustra un error en que a menudo incurren (incurrimos) los profesionales de todas las áreas que tenemos ocasión de difusión o capacitación.
Esta paradoja consiste en un predicador que reprende a su audiencia porque hay gente que no va a misa, y hace este enérgico reclamo justamente a quienes sí van. El mensaje está dirigido para los que no acuden a la casa de oración, pero quienes lo reciben son los que sí se esfuerzan por estar.
Este mes he iniciado otro posgrado, esta vez en Educación por el ITESM, y he tenido oportunidad de leer una interesante obra titulada Innovación y Cambio en las Instituciones Educativas (Homo Sapiens Ediciones, 2012), y me ha sorprendido la alusión al síndrome en comento porque la situación que señala sucede en el mundo de la educación al igual que en el mundo de la promoción de la justicia alternativa —mediación, conciliación y justicia restaurativa.
Los autores señalan que en algún congreso sobre Innovación Escolar en España, un experto en el tema hablaba sobre las condiciones que la innovación debería tener para ser auténtica.
“…Marcaba, por tanto, condiciones y señalaba algunas reflexiones críticas sobre ciertas experiencias…Criticaba cosas que parecían innovaciones pero que, sometidas a un código de condiciones, no merecían tal consideración”.
Al terminar la conferencia, en el pasillo se pudo atestiguar el intercambio entre dos profesores que habían escuchado al experto, y sobre los señalamientos de éste, los docentes más o menos dijeron:
“…Es cabreante esto, oye. Al final parece que todo lo hacemos mal. Te dejan la sensación de que todo es negativo. Te estás matando y perdiendo cantidad de tiempo… y parece como si todo tu esfuerzo quedara reducido a una simple chapuza e incluso a algo malo”.
Este tipo de situaciones, que no son poco frecuentes, ilustran el daño que produce el síndrome del predicador: quienes están en un campo profesional y empeñan en ello su tiempo y esfuerzo, en lugar de encontrar ánimo y consejo, encuentran hostil desaliento.
La crítica desmedida es un hierro en el que, más a menudo que no, incurren los así llamados expertos (¿vacas sagradas?) y que por ello, en lugar de hacer crecer el entusiasmo por el campo que pretenden defender, lastiman y descorazonan a quienes invierten su persona en él.
Así se confirma tristemente el adagio que señala que los retos y defectos no son únicos ni excepcionales, sino que comunes y frecuentes: En todos lados se cuecen habas.
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